domingo, 24 de julio de 2011

Atrapados en la red

Aquel día, me encontraba muy cansado. Había trabajado intensamente a lo largo de la semana. Había dormido poco y además no había parado de salir. Era ya la medianoche, pero no podía evitar abordar una vez más mi ordenador, compiuta o la pisi que dirían algunos.

Ya quedó atrás la sosegada lectura de un libro a la luz de una lámpara. Contemplaba la librería poblada de decorativos libros, sabedor que tarde o temprano desaparecerían. Un día quizá habría un apagón global que mandaría todo el saber de la humanidad a hacer puñetas.

Pero yo me centré en mi ordenador. Tenía ahí mis colecciones de afectos... los feisbucs, los linquedines, los mesenlleres, y sin olvidarnos, por supuesto, de los jotmeils dentro de la netguor global.

Mi cansancio iba en aumento. No era buena noche, porque no salía el típico numerito de nuevos mensajes sin leer, aunque fueran de anuncios chorras.Siempre se agradecían por la emoción que implicaba antes de desvelar su verdadero contenido.

Mi cabeza se empezaba a bambolear, me dormía y me despertaba. Volvía a ver la pantalla, la dejaba de ver. Hasta que finalmente caí, mi cabeza se quedó mirando al teclado y al final mi mente empezó a navegar libre.

Tras un momento de confusión inicial, sentí que mi cuerpo caía por un túnel oscuro, rebotando, hasta que, finalmente, caí a una especie de calle llena de luces y personas al estilo Blade Runner. Delante de mí, vi unas escaleras y unas columnas muy antiguas, al estilo Partenon griego. En el friso ponía en letras de mármol, que alguien se había ocupado de pintar de azul, la palabra “Facebook”.

Me levanté del suelo y semiflotando y semiandando me metí para dentro. Había un portero muy simpático que estaba leyendo el Marca a la luz de un flexo. Me pidió que le dijera el santo y seña para pasar. Entré así a un pasillo muy largo con luces redondas como las de los barcos. En una puerta vi mi nombre y me metí para dentro.

Era una sala grande. A la izquierda, había unos cuadros que iban desde el suelo hasta el techo, en cada uno de ellos había una cara y arriba del todo ponía... “amigos”.

- ¡¡¡Buenas noches!!! me dijeron todos al unísono con un rictus que parecía sonrisa.

- Buenas noches. Les conteste yo. Pero... ¿qué hacen ahí colgados de la pared?

- Pues ya ve usted... resulta que un día tomó usted la decisión de hacerse amigo de nuestro amo. Le fotocopiaron y nos generaron a nosotros que estamos condenados a estar aquí clavados.

- Vaya, lo siento por ustedes. Debe ser incomodo estar ahí plantados todo el día.

- Bueno, tampoco crea usted. Cuando está usted en otros haceres, nosotros nos descolgamos de aquí y nos ponemos a nuestras cosas. Organizamos de todo, jugamos a las cartas, partiditos de fútbol, sacamos cintitas y bolitas de perrifláuticos y nos ponemos a practicar. Alguno lee un libro, y manualidades de todo tipo, oiga,realización de maquetas de barco, aprender guitarra, ganchillo... Hasta algunos días al año hacemos juegos florales y nos dedicamos a hacer poesía.

- Entonces no están ustedes nada mal. Se lo pasan bien.

- Sí salvo las veces que su excelencia se va a cenar y deja la pantalla abierta. Nos tenemos que quedar estáticos como los actores callejeros, con la sonrisa en la boca sin parar. Cuando su ilustrísima se va nos quedamos con la cara dolorida.

- Créanme que lo siento, no era mi intención crearles ese esfuerzo. La próxima vez intentaré cambiar de pantalla más a menudo.

- Se lo agradecemos... y, por favor, no se enfade con ninguno de sus amigos, porque si nos quitan de medio acabamos en la nada. Nosotros aquí estamos a gusto.

- Cuenten con ello.

El clon de una amiga mía, que hacía tiempo que no veía, de repente, me cogió del brazo desde media altura de la pared y tiró fuertemente de mi levantándome del suelo.

- Ven aquí. Hay más gente por aquí dentro.

El tirón fue intenso y entré por el ventanuco donde estaba ella. Con sorpresa vi que caía en una sala más grande que en la que había estado al principio. Desde el suelo miré a la pared. Estaba lleno de más caras, distintas a las que había visto antes. Como mi amiga era muy sociable pues resulta que tenía 1.432 amigos, mil cuatrocientos treinta y dos amigos... por lo que el muro llegaba hasta la altura de un piso veintidós. Todos me dijeron a la vez: ¡¡Buenas noches!! palabras que retumbaron en mis oídos.

Para mi sorpresa vi que aquello era un universo infinito. Había mesas luminosas con pergaminos antiguos clavados con chinchetas electrónicas. En ellos aparecían preferencias de mi amiga, páginas que seguía, cantantes que admiraba.

Tenía una página de "Ramsés II" que me llamó la atención. Metí la cabeza como quien sumerge su cabeza en el agua, si es que hace alguien alguna vez la tontería, y miré dentro. Había un espacio inmenso. Grandes pirámides, inmensos edificios sin paredes, solo suelo y techo donde se veían infinitas imágenes de la vida habitual de los Faraones, del pueblo llano, del tiempo de las benéficas inundaciones del Nilo que aseguraban las cosechas, de guerras, de construcción de pirámides... Me entró vértigo y saqué la cabeza.

Volvía a estar en la sala. Miré a la pared que estaba enfrente de los amigos. Estaba llena de pequeños cuadritos. Me tuve que acercar mucho para verlos mejor. ¡¡¡¡ Eran fotos!!! miles de ellas. Había de todo... viajes, noches de marcha, bodas de amigos, paseos por la montaña...

Yo me divertía metiéndome y saliéndome de ellas. De repente entraba en una playa del Caribe o en mitad de una celebración. Como normalmente no entraba nadie, les pillaba desprevenidos. Los clones se daban mucha prisa en recomponerse y quedarse clavados. Eso sí. Todos muy educados. Buenos días, Buenas tardes y Buenas noches, en función del lugar donde se estaba celebrando el evento. Algunos debían estar muy cansados, como aquel que estaba trepando por una pared vertical de una montaña. Pero bueno, es lo que había, es lo que le tocaba hacer en esta vida virtual.

Vi de refilón que en la sala había una zona de tam-tams... deduje fácilmente que era la zona para muros, chates y demás mensajes virtuales.

Decidí salir de allí. Me había cansado de Facebook. Me estaba despidiendo del portero y salí a la calle.

Por allí iba gente corriendo como desesperada, otros en bicicleta y alguno en moto. Como un japonés que pasó rozándome.

- Pero ¿dónde va esta gente corriendo como desesperados? Le pregunté al portero.

- Esa es la gente navegando por la red. Como no salimos de pobres y tienen ansia pues van corriendo de una aplicación a otra. Acaban extenuados.

- Ah ,vaya, y los japoneses esos que corren tanto ¿a dónde van?

- Pues a los mismos sitios, lo que pasa es que tienen redes de lujo y se pueden permitir la moto. Tenía que ver usted a los africanos. Mucho tener corredores de maratón que van a toda leche con los pies descalzos por la sabana. Pero aquí, los pobres, van como tortugas, a cámara lenta.

- Vaya, pero bueno, al final acabarán llegando a sitios y sacarán algo en claro.

- Sí, sacarán en claro lo mismo que usted y yo.

- Oiga. ¿Y qué son aquellas dos montañas con tantas torres de obras?

- Esos son dos ciudades nuevas que están construyendo, Googleville y Appleville. Están haciendo a todo velocidad las más sorprendentes edificaciones. Con maravillosas sorpresas que nos llevarán a destinos nunca soñados. Dicen que allí tienen nuevas especias, oro en grandes cantidades, perfumes, cuernos de marfil, espejos y abalorios... Crípticas inscripciones llenan sus paredes con significados clave para la humanidad.

- Suena interesante, espero algún día ir allí.

- Sí pero mire más lejos. Hay más montes, mucho más lejanos. Tapizados de bosques. Territorios desconocidos.

En ese momento, entendí, que lo que desconocíamos era mucho más de lo que conocemos. Comprendí que nadie tenía las claves de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro. Que, ante el territorio de lo desconocido, todo pensamiento podía ser válido o falso...

Me despedí del portero y seguí mi camino. Entré en un barrio que se llamaba “Área de buscadores de pareja”.

Hacía tiempo que había renunciado a esos buscadores. Sin embargo, vi una construcción que parecía un hiper donde ponía “Meetic”, y me metí para dentro.

Como estaban de promoción, el segurata me dejó entrar gratis. Había una zona de carritos. Y vi que cada persona que entraba, cogía el suyo.

Era fácil encontrar las cosas, porque había unos cartelitos arriba de cada lineal donde ponía “Rubias” “Morenas” “Pelirrojas”. Todo por países, por ciudades... muy bien organizado.

Pregunté cómo funcionaba esto a un señor que llevaba el carro ya lleno.

- Disculpe, buen hombre, ¿Cómo funciona esto?

- Ah es muy sencillo, verá las estanterías están llenas con dados de 30 cm de lado cada uno. Son jaulas de cristal donde está atrapada una chica. Por la parte de atrás, hay unas inscripciones en las cuales, la buena mujer se intenta vender como puede. Las chicas más ingeniosas hacen a medida el diseño de sus cajas, las hacen de colorines, con puntitos luminosos, alguna hace algún sonido agradable, o la caja pega pequeños saltitos en el lineal del hiper. Yo como soy muy básico cojo cajas a tutiplén sin mirar mucho.

- Bueno, es interesante. Pero oiga ¿no cree que lleva demasiadas cajas? Se le van a salir del carro y se van a caer al suelo.

- Ya lo sé, cada día que vengo cojo más y más cajas. Me olvidaba decirle que tienen debajo un rasca y gana. Rascas y te ve la chica, y si le gustas... ¡flas! Aparece a tu lado. Yo es que soy muy feo y cada vez que me ven se horripilan y se meten para dentro. Yo sigo probando a ver si suena la flauta por casualidad.

- Bueno, pues parece tarea ardua.

- Sí que lo es. Además, hay señoritas que llevan atrapadas en la cajita 10 años sin salir. Oiga y alguna no me cuenta toda la verdad. Bueno, yo igual, yo siempre que entro aquí, me pongo el bisoñé.

Tras despedirme del señor, probé a coger una de las cajitas al azar. Había una chica pegando saltos dentro de la caja, hacía juegos malabares y cada cierto rato cogía un micrófono y se ponía a cantar. Sabía que alguien se había fijado en ella, pero no le veía, tal vez el Ken de sus sueños. ¿O sería como las diez mil visitas anteriores? Ver a diez mil pretendientes y no decidirse por ninguno, hay que ver...

De repente note un fuerte dolor en el cuello. Lo primero que vi fue un teclado. Había dejado mi nuca en posición imposible durante esa media hora que me había quedado dormido. Fin del viaje. Un aire fresquito entraba ya por la ventana. Miré al frente. Decenas de caras con su mejor sonrisa me miraban. Me pareció que me hacían un guiño. Era hora de acostarse.


Mientras me iba a la habitación. Yo recordaba lo soñado ¿y si nos juntáramos todos, amigos y allegados alrededor de una mesa larga larga, o mesa redondísima, queridos todos, familia toda, alegre conversación, profunda conexión. ¿Qué tal en una azotea de una casa en un pueblo blanco al lado del mar? Es de noche y la luna llena sale sobre el mar. Desde la terraza se ve todo el pueblo, el puerto de pescadores y el perfil de la costa. Con algo así, como que dejo el ordenador apagado y metido dentro de un baul cerrado. La llave no me la trago que es indigesta, mejor, la tiro bien lejos al mar un ¡chof! refrescante como el chapuzón que me quiero dar.